¿Cuándo tengo que echar un cliente?

Sabido es que no todos los clientes son para nosotros, algunos, definitivamente, son de la competencia, y bien por ellos si se los llevan, no obstante, si esto no sucede: tenemos que echarlos. Pero, ¿cómo saber si un cliente no es para mí?

En primera instancia, hay una regla que se aplica en un alto porcentaje con los clientes que terminan fuera de mi empresa, al comienzo son muy simpáticos y amables, como si supieran que se tienen que vender como clientes. Para, luego, deschabarse tal cual son: críticos, malhumorados, desubicados y, en ocasiones, maltratadores.

Que un cliente me deje dinero no significa que sea rentable, para que así lo sea deben confluir algunas variables más, como ser: que no entorpezca mi trabajo – si confió en mis productos o servicios que me deje ser -, que no sea burocrático, la venta tiene que fluir, que su contacto – telefónico, personal o vía e-mail – no me pese, que no me ponga de mal humor, que respete mis reglas, como ser el horario de atención, que no me regatee los precios ni me quiera modificar la propuesta comercial… en fin, podríamos seguir con la lista.

Un cliente debe ser alegría para mí y para quienes me rodean, no debe ser algo tedioso que me disguste. El dinero no justifica que una persona con mal genio o que, simplemente, no congenie conmigo, se tenga que quedar en mi cartera de clientes. Un cliente es alguien con quien compartimos, poco a poco, parte de nuestras vidas personales también, no solo la laboral, casi como un amigo, a lo que yo llamo: un cliente amigo.

Si tenés una persona tóxica como cliente no lo dudes, echalo, gentilmente claro está. Con precios más altos, con un servicio que no esté a su altura o, sencillamente, explicándole que la empresa se reserva el derecho de admisión.

Ganemos salud, no solo dinero.

(*) Lic. en marketing.